Es curioso como el aficionado a un equipo o un atleta, sin importar el
deporte que este practique, siente que es parte del mismo por el puro hecho de
estar al pendiente de sus acciones
dentro o fuera de la cancha.
Más interesante aún, el aficionado cree que el equipo/deportista es una
extensión de sí mismo y celebra como si hubiera ganado, se enoja cuando pierde
y en ciertas ocasiones, llega hasta a agredir a otras personas por no ser
respetuoso del deportista/equipo que apoya.
Por otro lado ¿Qué acción toma el departamento de comercialización sobre
esta situación?
Aprovecha esa pasión irracional para que el aficionado se sienta todavía más
cercano al ente deportivo, lanzando su ropa al mercado, su nombre, su imagen;
acercándolo a la gente lo más posible para que se mantenga cautivo y que no
sólo se esté realizando una actividad deportiva, sino que también se generen
utilidades.
Pero la realidad es que el aficionado no tiene injerencia alguna sobre las
decisiones deportivas; éste sólo puede observar y nada más. Por más que grite,
que sacrifique su vida social, que divulgue el nombre o los colores de su ideología
deportiva, el aficionado es nada más eso. Un cliente más.
¿Se podría involucrar más al aficionado en el trabajo deportivo del ente que
sigue? ¿Sería bueno? ¿Le daría una mejor perspectiva de la situación en la que
se encuentra?
Mientras lo descubrimos, seguiremos siendo esclavos de nuestra afición, tan irracional
como el amor pero que nos hace sentir vivos y nos da un tema más con el cual
convivir durante la siguiente semana con amigos, compañeros de trabajo, familia
o hasta parejas.
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